La alegría de dar, el ejemplo de la limosna de la viuda pobre en el templo

GodCast - Un ratito con Jesús
6 min readJun 8, 2024

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🎙️P. Enrique A.

Hoy se nos presenta un texto del Evangelio muy hermoso, que nos puede servir muchísimo para nuestro rato de oración.

Es una ocasión en la que estaba Jesús sentado enfrente del tesoro del templo. Que era ese sitio donde la gente ponía sus limosnas, le llaman el gazofilacio en algunos textos.

Estaba Él, ahí sentado enfrente; y observaba a la gente que iba echando dinero. Y muchos ricos echaban mucho –te puedes imaginar a esos fariseos, esos personajes que hacían que sonaran las monedas cuando caían, monedas grandes, monedas de mucho valor. Muchos ricos echaban mucho, pero también se acercó, dice el Evangelio, una viuda pobre y echó dos moneditas, es decir, un cuadrante.

Esa viuda que estaba ahí; quizá, visitando el templo, tal vez venía de lejos y quería, como todos los judíos, pues darse una vuelta por ahí para rezar. Esa viuda que era pobre, y echó dos moneditas; muy poquito en comparación de lo que echaban los ricos; pero Jesús dice después: “En verdad, les digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta que pasa necesidad ha echado todo lo que tenía para vivir.

Esta viuda nos hace ver que tenía puesta toda su esperanza en Dios. Y eso es algo que hoy en día puede resultar extraño a los demás. El ejemplo de la viuda pobre que daba pocas monedas de limosna en el templo, aunque realmente objetivamente valían poco; como eran todo lo que tenía, pues para ella valían mucho. A dar esas monedas mostraba poner su confianza en Dios.

Y una enseñanza que podemos extraer es que, la verdadera pobreza; que es una virtud cristiana; esconde tras decir una riqueza muy particular, porque en la lógica de Dios; el hombre rico no es el que tiene, sino el que da.

El que es rico es el que da, no el que tiene. Y no tanto el que da lo que posee, las cosas que tiene, las cosas que ha conseguido, las cosas que ha juntado; sino que es rico es el que se da a sí mismo, el que se sabe entregar a los demás, el que sabe darse, el que sabe compartir lo que tiene.

En esto hay un punto de Camino maravilloso que dice: “¿no has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuando la pobre viuda deja en el templo su pequeña limosna?…”. Y es que es cierto; podemos imaginaros la mirada de Cristo ante la generosidad de esa mujer. Imagínatela ahora que estás haciendo tu oración.

Y dices a Josemaría: “Dale tú lo que puedas dar. No está el mérito en lo poco ni lo mucho; sino la voluntad con que lo des”. Es muy bonita esta frase, dale tú lo que puedas dar. Siempre podemos dar algo a los demás, siempre podemos darle algo más a Dios. Lo que vale es la voluntad con que lo des; con qué tanto amor, con qué tanto cariño, con qué tanta generosidad das; eso aquello que quieres dar a Dios o a esa persona necesitada.

Nos ha tocado vivir en un tiempo maravilloso, pero sí es una civilización donde hay muchos motivos para pensar que la gente cree que vale más por lo que tiene que por lo que es. Una civilización donde lo que prevalece es el “tener” sobre el “ser”.

Hay muchas personas a las que el dinero se les ha convertido en un ídolo, un ídolo al que le sacrifican cualquier otro valor. Creen que lo más valioso es el dinero.

Y a los cristianos nos gusta –porque es un resumen de todo lo que nos vino a enseñar Cristo–, vivir con la lógica de las bienaventuranzas, donde una de ellas dice: bienaventurado a los pobres; también los que tienen hambre, los que lloran, los que son perseguidos a causa de la justicia, ya que poseerán el Reino de los cielos y serán saciados. Se alegrarán y tendrán una gran recompensa. En cambio, ay de los ricos, los saciados, los que ríen y los que son aplaudidos, que ya han recibido ya aquí su recompensa. (Cfr. Mt 5, 3–11)

Pues esas bienaventuradas, las que son una síntesis de la predicación de Jesús. Si nos muestran cuáles son las realidades de la vida de los hombres, que son las que valen a los ojos de Dios. Las que Dios mira con esos ojos con los que miró a la viuda en tu corazón.

Cuando Dios ve que tú te estás dando, estás dando lo que puedes dar. Cuando tú sabes…, porque él lee tu corazón; dar de lo que tienes, aunque lo necesites, pero porque tienes la idea de dar. Y ese es un nuevo tipo de riqueza. Es un tipo de riqueza que es la que mide Dios, la riqueza de esa alma que sabe entregarse y que sabe darse.

Esos son los ricos frente a Dios. Porque un cristiano…, a veces pasa, que hay algunos que quieren poner todas sus certezas sobre cosas de la tierra, pero las cosas de la tierra son inestables, son pasajeras. Y no nos olvidemos cuál es el fin para el que Dios nos ha creado; y para qué ha creado las cosas: son para ser, como medios, para que nosotros alcancemos nuestro fin. No son un fin las cosas en sí mismas.

Ayúdanos, Señor, a ser generosos, ayúdanos a vivir como dice ese Salmo: “dichoso el que tiene su esperanza en el Señor (146)”. Ayúdanos a poner nuestra esperanza en ti. Aunque eso pueda resultar un poco extraño a los ojos del mundo.

Esta mujer pone su confianza en Ti al dar esas moneditas, que era todo lo que tenía. Tú, Señor, la “alabaste” tanto; porque descubrió en tí una riqueza muy particular. Has dicho: “En verdad os digo que esta viuda pobre; ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie, porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta que pasa necesidad ha echado todo lo que tenía para vivir”.

Pues eso es una gran alabanza que tú, Jesús, le has dado a esta mujer y desde ahora le agradecemos ese ejemplo.

La práctica de la limosna siempre ha estado recomendada en toda la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Y ahora podemos redescubrir el significado verdadero de esa limosna; sobre todo para la voluntad y para la alegría que nos causa el hacerla, el darla.

Esa palabra significa etimológicamente “compasión y misericordia”. Esa es actitud de un hombre que advierte la necesidad del otro; y que quiere hacer partícipe al otro de su propio bien; la limosna de tu dinero, de tu alegría, de tu tiempo, de tu generosidad. Apoyarles, darles consuelo, darles amor. Y este mundo nuestro está siempre muy pobre de amor.

Por eso dar limosnas es un acto de un valor altísimo. Que no dudemos de la bondad de dar limosnas; es algo que además convierte el corazón, el que es generoso, consigue un corazón cercano al Señor. Como vemos en esta mujer que, en su pobreza, echó todo lo que tenía para su sustento.

Hoy me contaron una anécdota muy bonita, yo le comentaba a un conocido que pasaba por su tienda; una tienda que tiene un comercio; y que había, por ahí muchos mendigos pidiendo limosna, gente menesterosa, gente muy necesitada.

Y él me decía: “pues sí, la verdad es que algunos me han dicho que llame a la patrulla para que se los lleven o a ver qué hacemos porque espantan a los clientes. Pero él me decía, yo cuando paso les voy ayudando. Les voy dejando por ahí algunos pesos y les digo: “mira, cuando estés ya bañado y arreglado, cuando estés mejor; todos estos pesos que te voy juntando, puedes pasar a recogerlos”.

Y entonces ya se motivan, se arreglan, se ponen más dignos. Y entonces reciben esa ayuda; y les va cambiando, poco a poco, su manera de comportarse. Pues a mí me dio un gran ejemplo de caridad; en este mundo que hay tanta necesidad; porque no lo olvidemos: hay mayor felicidad en dar que en recibir. Al menos nos lo dice san Pablo.

Porque cuando optamos así, con amor, pues expresamos la verdad de nuestro ser. Nosotros no hemos sido creados para nosotros mismos, sino para Dios y para los demás. Cada vez que por amor de Dios compartimos nuestros bienes con otros, con la gente necesitada, con la gente de nuestro hogar, con la gente de la calle, con las personas que vivimos; hacemos que nuestra vida tenga más plenitud, porque le estamos dando su mejor ingrediente que es el amor. También estamos llenándonos de una satisfacción interior y de una alegría increíbles, que es parte de la vida feliz de los cristianos.

Pues vamos a terminar nuestro rato de oración acudiendo a la Virgen María, pidiéndole que nos ayude a ser generosos con la limosna, que descubramos la alegría de dar, que sepamos que valemos no por lo que tenemos; sino por lo que somos. Y lo que somos, somos hijos de Dios. Y es el Señor el que mide nuestro corazón, cómo midió el de María, la llena de gracia.

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